DANIELA CAROLINA VERA LIMACHI

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jueves, 12 de diciembre de 2013


Misoginia

Definición de Misoginia


 
El concepto de misoginia es un concepto social que se utiliza para designar a aquella actitud mediante la cual una persona demuestra odio o desprecio hacia el género femenino. Si bien por lo general el término es aplicado a los hombres, en alguna que otra situación también puede ser aplicado a mujeres que se mueven con una actitud de desprecio o menosprecio a sus pares de género. La misoginia es una actitud que el hombre ejerce sobre la mujer desde tiempos inmemoriales, es decir desde el momento en que el ser humano empezó a organizarse como comunidad y las mujeres comenzaron a ocupar roles más debilitados en términos de jerarquía. Hoy en día, a pesar de todos los avances que la sociedad moderna puede representar, la misoginia sigue existiendo muy fuertemente.

El término misoginia proviene del griego, idioma para el cual el sufijo miseo significa odiar o despreciar y gyné significa mujer o femenino (de este también derivan otras palabras como ginecología). El misógino o misógina es aquel individuo que ejerce un desprecio por la mujer, y critica, odia y menosprecia no sólo las actitudes que las mujeres específicamente pueden tener en circunstancias particulares si no su rol permanente dentro de la sociedad.
La misoginia es un problema común de la actualidad y no sólo se observa en sociedades más conservadoras como las de Medio Oriente, si no también en las que normalmente son vistas como más progresistas, es decir, las de Occidente. El maltrato a la mujer puede estar penado o sancionado oficialmente por ley pero esto no siempre significa que en la práctica la mujer no reciba maltrato, desprecio, abuso o negligencia no sólo de los hombres si no de sus pares de género. El desprecio o maltrato puede ser verbal (como agredir a través del discurso o la comunicación a la mujer) como también físico (por ejemplo abuso sexual) o psicológico (por ejemplo, a partir del desprecio permanente a las acciones que una mujer puede llevar a cabo). 
CARACTERISTICAS DE LA MISOGINIA

Comúnmente se confunde a la misoginia con una forma extrema de sexismo y aún de machismo: la misoginia no consiste en ser partidario del predominio del hombre sobre la mujer, sino en pensar que el hombre debe liberarse de cualquier tipo de dependencia del género femenino. La mujer, y como consecuencia la concepción y la familia, son consideradas como aberrantes y rechazables, o en todo caso, tal vez buenas o necesarias para otros, pero no para uno mismo.

La misoginia en la historia

Algunas épocas de diversas civilizaciones han sido más misóginas que otras; pero la raíz de la misoginia moderna es doble; por un lado, griega, a través de mitos como el de Pandora y de monstruos femeninos altamente simbólicos como las Sirenas, las Arpías, Escila y Caribdis o la Esfinge, o de filósofos como Aristóteles, quien escribió que las mujeres eran biológicamente inferiores al varón. En el Medievo el cuerpo desnudo de la mujer era contemplado en el arte como sinónimo de Eva y el pecado original, mientras que en el Renacimiento aparecía como Venus o representante del goce epicúreo de la vida.[cita requerida] Alfonso X el Sabio consideraba a la mujer "la confusión del hombre, bestia que nunca se harta, peligro que no guarda medida".
La misoginia está relacionada con el pesimismo y la misantropía filosófica, pues la aversión a las mujeres suele ser sólo un síntoma de un desprecio más general hacia todo lo humano, hacia la humanidad en general.[cita requerida]
La misoginia es una cuestión interna, no es innata, pero se arraiga fuertemente a la personalidad del individuo (que también puede ser mujer), la misoginia también es una explicación al porqué del rechazo hacia la homosexualidad en los varones, ya que viene implícita esa fuerte carga de valores desvalorativos y menosprecio hacia todo lo que contenga el carácter femenino, de ahí que un hombre "afeminado" o que no cumpla con todo el patrón "masculino" sea considerado inferior o no propio de la sociedad.

Manifestaciones de misoginia

En castellano, el morfema de género femenino denota frente al masculino connotaciones semánticas despectivas en oposiciones, como zorro/zorra, perro/perra, hombre público/mujer pública, gallo/gallina, niñito/niñita, etcétera., en donde en los últimos, gallina y niñita, se usa para clasificar de cobarde a otra persona. Por otra parte, en formaciones del folklore tradicional como el Refranero hay un abundante apartado que refleja la mentalidad misógina tradicional: "La mujer, la pata quebrada y en casa", "Llantos no se han de creer/De viejo, niño y mujer", etcétera. En Chile el dictador Augusto Pinochet Ugarte, pronunció una frase célebre de gran connotación misógina: «A las mujeres no hay que creerles ni la verdad».
  
VICTIMIZACION

Niveles de victimización. La victimización se califica según tres niveles de impacto:

  • Victimización Primaria: la sufrida por la víctima a consecuencia de la originaria agresión o injusticia  criminal. Estudiamos aquí entre otros factores:
    • La interacción víctima-victimario, la “pareja penal”, y sus relaciones de complementariedad, las relaciones de poder, la actitud de la víctima, la retroalimentación o escalada de las situaciones victimizantes, el impacto de los llamados ciclos de victimización.
    • Identificación y evaluación de factores de riesgo y desamparo victimal. Hablaremos, así, de vulnerabilidad personal (referida a riesgos individuales psico-bio-sociales, así: la falta de habilidades sociales, la diferencia cultural, el analfabetismo, la inmadurez o la minusvalía), vulnerabilidad relacional (debida a un acentuado diferencial de poder) o vulnerabilidad contextual (es un contexto victimógeno el factor de desamparo).
    • En los últimos estudios se identifican carreras de victimización. En estas vidas poli-victimizadas (Finkelhor) la acumulación de adversidades genera auténticas escaladas de abuso e injusticia.  
  • Victimización Secundaria: victimización añadida, subsecuente a la primaria, que padece la víctima normalmente al ser estigmatizada, culpada o rechazada en contacto con las instituciones (policía, operadores jurídicos, asistentes) o con el marco social de reacción (medios de comunicación, comunidad, entorno de la víctima). Aquí la víctima sufre fundamentalmente por dos factores:
    • Porque es instrumentalizada al cumplimento de otros fines que transcienden su humanidad (la enloquecedora lógica judicial, la no menos utilitaria lógica de las audiencias en pos de la víctima noticiable).
    • Porque se activan mecanismos soterrados de inculpación y rechazo social: la víctima comporta el valor simbólico de recordarnos nuestra propia fragilidad; si la culpa reside en ella (su actitud fue reprochable, ella se lo buscó), puede neutralizarse la percepción de amenaza personal, como bien lo estudiara Lerner. En ocasiones, la excusa viene servida por la condición o conducta no convencional de la víctima: si esta no se adecua a unos patrones de idealidad (Christie) será fácil condenarla y estigmatizarla. Es el caso de víctimas toxicómanas, prostitutas, de culturas que nos resultan ajenas, etc.
  • Por último, hablaremos de victimización terciaria, que ha sido relacionada con tres temáticas distintas:
    • La victimización del penado, objeto de excesos punitivos y erosión prisionalizadora.
    • La que se sufre de modo vicarial o indirecto (mediante imágenes televisivas o cuando se es testigo de una victimización violenta).
    • La que sufre la víctima al construir obsesivamente su identidad en torno a la victimización. Este aspecto es de extremarelevancia para los asistentes de víctimas, cuya delicada labor es orientar a la “desvictimización”, o mejor aún, a una constructiva “reinserción social de la víctima” (García Pablos de Molina). Ahora bien, se trata de un proceso gradual que en absoluto debe convertirse en un procedimiento formulario y maquinal donde haya de satisfacerse la forzada obligación de “dejar de ser víctima”. Este proceso asistencial debe generar resiliencia (capacidad y fuerza restauradora) y debe contribuir a la potenciación (“empoderamiento”) de la víctima para que trascienda de un posible nivel de desamparo.    
En esa labor no solo debe estar comprometida la asistencia, sino, ciertamente, la sociedad al completo. Por eso es tan relevante la tarea de prevención victimal:
  • Prevención victimal primaria: estrategias de sensibilización y toma de conciencia social, dirigidas a la población en general. Son vitales, pero su uso debe ser cauteloso para que no se genere alarma cívica.
  • Prevención victimal secundaria: dirigida a personas que portan factores de vulnerabilidad. La idea es intervenir con estas víctimas potenciales para reforzarlas, informarlas y facilitarles capacidades de afrontamiento específico. También esta tarea esmuy comprometida, porque su abuso puede llevar a que la persona se sienta reprochada, estigmatizada por característicasde riesgo que ella no controla.
  • Prevención victimal terciaria: alguien que ha sido victimizado puede ver incrementado el riesgo de volver a sufrir una victimización de la misma naturaleza. Muchos factores contribuyen a ello, pero destaca la explicación de la llamada victimización-potenciadora (Tseloni, Pease et al). Si las circunstancias se mantienen, el infractor tiene motivos adicionales para reincidir con la misma víctima cuyas carencias conoce y con la que su plan ya tuvo éxito. Las estrategias terciarias impiden la re-victimización, proporcionando ostensibles instrumentos de renovación personal y situacional, de modo que el victimario capte los cambios y desista de un nuevo intento.
    ¿QUÉ ES EL ICTUS?, ¿CUÁLES SON SUS CAUSAS?

    ¿QUÉ ES EL ICTUS?, ¿CUÁLES SON SUS CAUSAS?
    Denominamos ictus a un trastorno brusco de la circulación cerebral, que altera la función de una determinada región del cerebro.
    Son trastornos que tienen en común su presentación brusca, que suelen afectar a personas ya mayores –aunque también pueden producirse en jóvenes– y que frecuentemente son la consecuencia final de la confluencia de una serie de circunstancias personales, ambientales, sociales, etc., a las que denominamos factores de riesgo.
    Los términos accidente cerebrovascular, ataque cerebral o, menos frecuentemente, apoplejía son utilizados como sinónimos del término ictus.
    El ictus, por lo tanto, puede producirse tanto por una disminución importante del flujo sanguíneo que recibe una parte de nuestro cerebro como por la hemorragia originada por la rotura de un vaso cerebral. En el primer caso hablamos de ictus isquémicos; son los más frecuentes (hasta el 85% del total) y su consecuencia final es el infarto cerebral: situación irreversible que lleva a la muerte a las células cerebrales afectadas por la falta de aporte de oxígeno y nutrientes transportados por la sangre. En el segundo caso nos referimos a ictus hemorrágicos; son menos frecuentes, pero su mortalidad es considerablemente mayor. Como contrapartida, los supervivientes de un ictus hemorrágico suelen presentar, a medio plazo, secuelas menos graves.

    En relación a estas consideraciones, los médicos distinguimos varios tipos principales de ictus:
  • Ictus trombótico, aterotrombótico o trombosis cerebral. Es un ictus isquémico causado por un coágulo de sangre (trombo), formado en la pared de una arteria importante, que bloquea el paso de la sangre a una parte del cerebro.
  • Ictus embólico o embolia cerebral. Se trata de un ictus isquémico que, al igual que el trombótico, está originado por un coágulo de sangre; éste, sin embargo, se ha formado lejos del lugar de la obstrucción, normalmente en el corazón. A este coágulo lo denominamos émbolo.
  • Ictus hemodinámico. Dentro de los ictus isquémicos es el más infrecuente. El déficit de aporte sanguíneo se debe a un descenso en la presión sanguínea; esto ocurre, por ejemplo, cuando se produce una parada cardíaca o una arritmia grave, pero también puede ser debido a una situación de hipotensión arterial grave y mantenida.
  • Hemorragia intracerebral. Es el ictus hemorrágico más frecuente. Una arteria cerebral profunda se rompe y deja salir su contenido sanguíneo, que se esparce entre el tejido cerebral circundante, lo presiona y lo daña. La gravedad de este tipo de ictus reside no sólo en el daño local sino en el aumento de presión que origina dentro del cráneo, lo que afecta a la totalidad del encéfalo y pone en peligro la vida.
  • Hemorragia subaracnoidea. Es una hemorragia localizada entre la superficie del cerebro y la parte interna del cráneo. Su causa más frecuente es la rotura de un aneurisma arterial (porción anormalmente delgada de la pared de una arteria, que adopta forma de globo o saco).
Aunque por su forma de presentación –súbita e inesperada– pudiera parecer que el ictus es una catástrofe imprevisible, en realidad –en la mayoría de los casos– no es así. El ictus es el resultado final de la acumulación de una serie de hábitos de estilo de vida y circunstancias personales poco saludables (factores de riesgo). Los vasos sanguíneos son el blanco de estas agresiones y, tras años de sufrir un daño continuado, expresan su queja final y rotunda: el ictus.
En la actualidad están bien identificados los más importantes factores de riesgo para el ictus. Algunos de ellos, por su naturaleza, no pueden modificarse. Es el caso de la edad (el riesgo de padecer un ictus crece de forma importante a partir de los 60 años) y el sexo (en general, hasta edades avanzadas, el ictus se da más entre los hombres que entre las mujeres, aunque la mortalidad es mayor en estas últimas).
 La historia familiar de ictus, haber sufrido un ictus con anterioridad y pertenecer a determinadas razas, como por ejemplo la raza negra americana, también predisponen con mayor fuerza a padecer un ictus, sin que estas condiciones puedan, en sentido estricto, reconducirse.
Por el contrario, hoy día sabemos que, afortunadamente, podemos actuar sustancialmente sobre los factores de riesgo más importantes y, con ello, reducir de forma significativa el número total de personas que sufrirán un ictus cada año. Hoy por hoy, el mejor tratamiento del que disponemos para las enfermedades cerebrovasculares es una adecuada prevención y ésta comienza por la modificación de los principales factores de riesgo «tratables».
En los últimos 25 años, se ha conseguido ir reduciendo paulatinamente el número de ictus y disminuir hasta el 50% su mortalidad. Una buena parte de este éxito se debe al creciente control de su factor de riesgo más importante:
 
ENFERMEDADES A CAUSA DEL ICTUS
La hipertensión arterial. Toda persona mayor de 50 años de edad debería tomarse la tensión arterial al menos una vez al año; hay que tener presente que el riesgo de sufrir un ictus se incrementa tanto si está elevada la tensión arterial sistólica (máxima) como la diastólica (mínima), o ambas. Cifras superiores a 140/80 deben ser vigiladas por su médico.
Los pacientes que padecen
enfermedades cardíacas y, sobre todo por su frecuencia, las que tienen su origen en la arteriosclerosis de las arterias coronarias –la «angina de pecho» y el infarto de miocardio (cardiopatías isquémicas)– corren un riesgo claramente mayor de padecer un ictus. Ello se debe a que la mayoría de los ictus isquémicos, los que denominábamos aterotrombóticos, también tienen en la arteriosclerosis su punto de partida. Pero, es más, si estos problemas cardíacos cursan con determinados tipos de arritmias, como la fibrilación auricular, lo cual no es infrecuente, el riesgo crecerá de forma muy considerable. Estas situaciones exigen una actuación médica enérgica, que puede reducir estas malas expectativas en cerca del 70%.
El consumo de tabaco es la causa prevenible más importante de muerte prematura. Su asociación con la arteriosclerosis, las enfermedades cardíacas y el ictus no ofrece hoy ninguna duda.
Aunque, en la actualidad, no está establecido con claridad el papel exacto que desempeñan los niveles elevados de las grasas en la sangre (colesterol y triglicéridos) en la probabilidad de sufrir un ictus, sí es evidente su relación con otras enfermedades, como la angina de pecho, el infarto de miocardio y la arteriosclerosis, y éstas a su vez tienen una estrecha relación con el ictus, como hemos visto con anterioridad.
La diabetes mellitus es una enfermedad que condiciona la incapacidad del organismo para metabolizar adecuadamente la glucosa que ingerimos con la dieta. La diabetes aumenta el riesgo de padecer muchas otras enfermedades (renales, oculares, cardíacas, de los nervios periféricos, etc.) y también de sufrir un ictus. Ello se debe a que, al igual que la arteriosclerosis, obstruye los vasos y éstos están en todos los órganos importantes del cuerpo. Hasta el 20% de las personas que han sufrido un ictus son diabéticas.
A pesar de ser una condición permanente, aquellos diabéticos que siguen un adecuado control de su enfermedad tienen menos probabilidades de sufrir un ictus que los que no lo hacen.
En ocasiones, el ictus nos concede una segunda oportunidad. El paciente sufre transitoriamente (con frecuencia sólo dura unos minutos) todos los síntomas con los que cursa un ictus establecido, pero, por fortuna para él, éstos desaparecen como llegaron, sin dejar ninguna secuela. Este caprichoso perfil temporal, la ausencia de dolor y –sobre todo– la ausencia de secuelas hacen que el paciente y, lo que es peor, a veces el médico minusvaloren estos episodios, con explicaciones simplistas y erróneas. Esta situación, a la que denominamos
ataque isquémico transitorio, es un verdadero «amago» de ictus: hasta un tercio de los pacientes que lo han sufrido presentarán un ictus establecido en el año siguiente si no se toman las medidas adecuadas.
En el siguiente apartado expondremos cuáles son los síntomas que denominamos de alarma y que nos ayudarán a reconocer los ataques isquémicos transitorios y el ictus en sus fases iniciales. Ello permitirá acudir con rapidez al hospital para ser atendidos por el neurólogo.
Otros factores de riesgo potencialmente tratables son: el consumo excesivo de alcohol, la obesidad, la vida sedentaria y los tratamientos con anticonceptivos orales, aunque –en la actualidad– su contenido en estrógenos es bajo y sólo parecen aumentar el riesgo si se suman otros factores, sobre todo el consumo de cigarrillos o padecer otra enfermedad vascular o cardíaca.